Juan Esteban Peláez

CUENTOS

Obra de Zdzislaw Beksinski Obra de Zdzislaw Beksinski

La Pesadilla

Los Jardines Rojos y otros Nocturnos

Después de leer mucho sobre el significado de los sueños, supe que hay tres tipos: Sueños proféticos, sueños ocasionados por el entorno y sueños que reflejan nuestros más grandes deseos. De los proféticos nada puedo explicar, pero los otros dos tipos son formados por el cerebro, normalmente producidos por los últimos pensamientos antes de caer en el sueño profundo. Durante mi vida he tenido los tres tipos de sueños, y en este escrito relataré algunos de los que me acuerdo.


Recuerdo que en mi adolescencia tuve un sueño producido por el deseo. Durante esa etapa de mi vida estaba enamorado de una bella jovencita, y ese sentimiento fue la semilla del sueño. Recuerdo que ambos estábamos en un recinto que nunca había visto en mi vida, pero que en mi sueño sabía que conocía. Ella se sentó en un bello sillón. Yo me senté a su lado y la besé con gran intensidad. En ese momento el recinto empezó a desplomarse alrededor, las paredes se agrietaron, los cimientos se movieron estrepitosamente y cayeron pedazos completos del techo. El sitio se destrozó por completo, arruinándose, pero nosotros seguimos besándonos, sin importarnos lo que sucedía a nuestro alrededor. Cuando el beso terminó nos vimos los rostros, y la alegría brotó de nuestros ojos como faros blancos, mientras la dulce luz del sol nos bañaba los rostros. Siempre deseé ese beso, lo que explica tal sueño.

Hubo otro sueño en donde fui coronado por una princesa hermosísima. Entonces salí a un balcón alto y vi a mis pies miles de personas, todas ovacionándome y vitoreándome. Ese sueño significa mis ansias de poder y de gloria.

Ahora bien, hubo pequeños sueños que tuvieron que ver con mi entorno. Recuerdo un sueño en donde un verdugo me preparaba en la horca. Sentí cómo me ponía la soga alrededor del cuello, y, cuando sentí la sofocante presión, abrí los ojos y sentí mi cuello adolorido. Entonces noté que uno de los cordones de la cortina me rodeaba el cuello. El cordón había caído sobre mí, y se había enredado sobre mi cuello al voltearme dormido.

El sueño de entorno más común que tengo se produce cuando me duermo escuchando música. Siempre sueño tocando en una banda, aunque nunca les veo el rostro a mis compañeros. Pero siempre sueño tocando la misma canción que estoy escuchando cuando abro los ojos.

Finalmente están los sueños proféticos, sueños que tienen significados. Al principio no creía en ellos, pero con el tiempo me di cuenta que esos sueños influyen de una manera que todavía no puedo explicar en la vida real. Un sueño que muchas personas tienen, y me incluyo, es el de caer al vacío. Éste ha sido uno de los pocos sueños que se ha vuelto repetitivo: Estoy en la orilla de un alto acantilado. Abajo hay un mar enfurecido que rompe sus olas en los despeñaderos. Entonces, de repente, siento que alguien me empuja. No tiene rostro, pero alcanzo a ver su figura. Mientras caigo siento el vértigo inundando mi cuerpo. Pero he aquí la diferencia con otros sueños semejantes: Al caer no despierto de inmediato, pues siento el crujir de mis huesos rotos cuando caigo sobre las rocas. Cuando me despierto tengo la respiración acelerada y el sudor sobre la frente. Siempre que tengo este sueño alguna persona cercana me traiciona.

Recuerdo otro sueño en verdad aterrador, un sueño del cual jamás busqué el significado por temor a sus negros matices. Recuerdo que llegaba a un barrio sobre una colina. Es uno de esos barrios miserables donde las casas son de techo de aluminio y los ladrillos forman débiles paredes que les sirven a los desdichados como refugio.

Yo estaba haciendo un documental, mas no tenía cámara alguna. Simplemente relataba lo que veía. Entonces, como uno de esos programas de medicina brutal, empecé a explicar el motivo por el cual los habitantes de allí eran diferentes. Tengo la clara imagen de un bebé que caminaba desnudo por una de esas callejuelas, llorando y con los ojos entrecerrados y la boca bien abierta. Tenía la piel muy enrojecida, pero lo verdaderamente aterrador era que tenía seis brazos en su torso, tiesos y malformados. ¡Todos, absolutamente todos los habitantes de ese barrio infame y tenebroso, tenían la piel purulenta, rojiza y sarpullida, y tenían seis brazos! Y veía cómo los niños morían en la calle, olfateados por perros sarnosos y destrozados a picotazos por cuervos malignos. ¡Qué imágenes tan horripilantes!

Aunque me impresionaba ver estas mutaciones, sentía que sabía todo de ellas, como si en verdad las hubiera estudiado antes de realizar ese documental. Sabía que la posibilidad de que uno de esos infantes malformados llegara a ser mayor de edad era casi imposible. Los que lo lograban permanecían casi toda su vida postrados en la cama, utilizando cremas y ungüentos para la piel. Sus brazos parecían muertos, pues no podían utilizarlos. Era en verdad horrible.

Y, sin embargo, hay una cuarta clase de sueños, una clase que los expertos omitieron. Hay un sueño espantoso y grotesco que arruina las mentes y horroriza el alma, recubriéndola de los terrores más intensos. He aquí el mundo de las pesadillas. Hay una pesadilla en concreto que me marcó para siempre, un sueño terrible que me cambió por el resto de mi vida, y es el sueño que recuerdo con más lucidez.

Quizás mi cerebro anidó tan tétricas imágenes por mi amor al terror, y las incubó en mi subconsciente como una semilla negra y famélica. ¡Qué horrible pesadilla! El solo recordarla estremece toda mi alma, pues sé que está repleta de significados, de síntomas ocasionados por mi entorno y, si hay algo de deseo, es el deseo más miserable que puede germinar de un hombre.

Bien, recuerdo que me encuentro en una llanura yerta y esteparia. Nubes de polvo suben y bajan, entrando a mis ojos, a mi nariz y a mi boca. Es una sensación sofocante y fastidiosa. El cielo es pálido y melancólico, sin astros ni vida, y cargado de nubes plomizas y de rayos que inflaman las alturas. Alrededor no hay más que un monte solitario, sombrío, como esas montañas volcánicas que producen terror.

Con un cansancio que no puedo explicar, camino pesadamente hacia el monte, buscando algo que desconozco, pero sé que lo estoy buscando. A medida que me acerco veo que la llanura empieza a craquearse, dejando profundas grietas a mis pies. Esas grietas se van anchando, y, para cuando estoy llegando a las laderas del monte, por esas fisuras melladas ya corren ríos rojizos.

Sigo caminando y empiezo a sentir miles de moscas zumbando de manera violenta a mi alrededor. Intento espantarlas, pero siguen azotándome como batallones negros y líquidos que se mueven como listones sonoros y oscuros. Cuando por fin llego al monte quedo preso del horror, pues veo que no es una elevación de piedra y helechos. ¡Es una montaña de carne, ceniza y huesos! Sé que tiene un cráter, pero nunca lo vi. El cráter vomita ceniza y huesos carbonizados. Pero de las laderas descienden arroyos escarlatas y espesos que se convierten en ríos luctuosos al desembocar en las fisuras de la llanura.

Pero mi temor estalla por completo al encontrar lo que busco. Sabía que lo estaba buscando, pero quizás una parte de mí tenía la esperanza de no encontrarlo. Y, sin embargo, sabía que estaba allí, en el monte, exactamente donde escarbé, entre calaveras y cadáveres. ¡Allí estaban! Normalmente el soñador despierta apenas la adrenalina lo sumerge por completo, pero este no fue el caso. ¡Allí estaban, entre carne pútrida y huesos ennegrecidos, los rostros de mi madre, de mis hermanas y de mi amada! Permanecían blancos, casi azules, con los ojos abiertos y con una mirada vacía pero aterradora. Todas ellas me miraban, pero no parpadeaban, ni cerraban la boca, ni movían un solo dedo. Las moscas les caminaban sobre los ojos y se metían en sus oídos. Y todas, inconscientemente, me lanzaban una sonrisa macabra desde unos labios carcomidos y unos maxilares rojos y desprovistos de piel. Peor aún, bajo el rostro de mi amada vi dos rostros de unos niños, con expresión de dolor y cernidos por la muerte. ¡Dios mío, mis hijos!

Cerré los ojos de frío y de terror, esperando abrirlos de una vez y acabar con tan dolorosa pesadilla. Pero al abrirlos me vi lejos del monte, como si por acto reflejo hubiera corrido para escapar de esa altura horripilante, o como si los mismos cadáveres del monte hubieran revivido y hubieran caminado gran trecho, y hubieran muerto de repente, formando de nuevo esa oscura montaña, semejante a un monumento lastimero.

Entre la montaña y yo había un gran número de árboles azotados, sin hojas y repletos de hongos venenosos. Parecían almas en pena que se habían fosilizado apenas habían escapado de esa áspera tierra. Y, sobre los árboles, reposaban cuerpos ahorcados que se mecían lentamente, produciendo ese sonido de tensión en las sogas, y lanzando unas lánguidas sombras bajo un crepúsculo púrpura de nubes negras.

La gran carga de significados indica en esta pesadilla malos augurios. Quizás es el peligro en el que se encuentra mi familia, o lo estropeado que mi cerebro puede estar. Pero hasta ahora todavía no he podido descifrar el significado con precisión. Sin embargo, allí no acaba el sueño.

De repente el polvo empezó a fatigarme, pues se tornó más asfixiante. Entonces me vi obligado a beber de esos ríos espesos y nauseabundos, mientras a mi alrededor caía una noche escabrosa. En este momento el sueño se vuelve más lúcido, pues es como si una verdadera noche cubriera el horizonte. Nada era visible, y solo cuando los rayos blancos iluminaban momentáneamente el cielo veía ese lúgubre mundo.

Cuando el amanecer llegó la montaña se había desplazado de nuevo, pero yo no me había movido en toda la noche. Simplemente miraba alrededor, intentando no sucumbir a la locura y al miedo. Sentí hambre. Así que tuve que ir hacia la montaña y empezar a devorar la poca carne que todavía estaba en buen estado.

Y, hasta el día de hoy, veo con desconsuelo el amanecer y el atardecer purpúreo en el horizonte, y los días lúgubres y las noches llenas de tinieblas. Cada noche la montaña se mueve de nuevo, y los árboles andantes, tomando formas monstruosas, sacuden en sus ramas los infames cuerpos.

Hay sueños que los estudiosos oníricos no expusieron en sus filosofías, y que se tornan horriblemente reales: Los sueños de los que nunca se puede despertar. Y anhelaría que los filósofos hubieran dado una solución a este problema, pues estoy en verdad cansado de alimentarme de carne muerta y sangre insana, mientras mantengo la esperanza que pronto despertaré de esta horrible pesadilla.




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