Juan Esteban Peláez

CUENTOS




Obra de Edward Gorey Obra de MC. Escher

INFINITO

Literatura Tenebrosa

Me senté de nuevo en la silla a escribir sobre la mesilla de cedro, y mi escrito empezaba así:

La chimenea ardía mientras me hundía en las hojas del libro de pasta negra. Recuerdo el gozo al leer ese horrible cuento de terror llamado “Abominación”, que me llenaba de temor y a la vez de alegría. Mi amor por el terror se fundía entre esas páginas, mientras el fuego calentaba el cuarto y me llenaba de sosiego. Entonces cerré el libro y miré hacia la ventana. Llovía copiosamente, y el sonido de las gotas contra la ventana me aletargaba, casi con un vaivén hipnótico que me recordaba que estaba solo. Sin embargo, la decisión de exiliarme me mantenía tranquilo.

Llevaba ya varios meses desde que había comprado la pequeña casa en el bosque, lejos del pesado trajín de la ciudad. La casita era pequeña, de techo de tejas y ventanillas redondas, como las de los cuentos de hadas. Estaba rodeada de árboles con flores amarillas, y varias mariposas azules revoloteaban en las tardes doradas. Pero esa noche llovía, recuerdo que llovía, y el viento mecía con fuerza las copas arbóreas, produciendo un rugido fiero y a la vez maravilloso. Todo formaba la música de los arquitectos: la lluvia, el viento, los ramajes, el crepitar de la madera en la chimenea.

Dejé el libro sobre la mesilla de cedro y bajé al primer piso. Crucé la pequeña sala y abrí la puerta, indiferente al viento húmedo y a la lluvia fría. Algunas gotas me acariciaron el rostro, me refrescaron el cuello y me mojaron el cabello, al tiempo que pensaba en mi soledad. Pero no me sentía solo, pues me había encontrado conmigo mismo. Mi presencia me hacía compañía. Yo mismo llenaba los rincones de la casa. Mis pensamientos me divertían y mis escritos me hablaban. La soledad es maravillosa si se aborda por convicción, pero debo admitir que la soledad impuesta es horrible. La soledad obligada es un castigo, y el claro ejemplo es el “solitario” en las cárceles. El no tener a nadie con quien hablar causa una depresión que borda el gélido suicidio. Pero yo tengo familia, y puedo llamarla y hablar con ellos cuando quiera, y puedo invitarlos a mi casita y estar con ellos a la luz de la chimenea. No estoy solo, sólo decidí estar solo, aunque no me siento solo porque estoy conmigo. Y a veces me veo cocinándome, y me veo lavándome la ropa, y me veo planchándome mis camisas, y me veo disfrutando la comida que me hice, y me veo acostándome en la blanda cama, rodeado de libros, tranquilo y feliz.

Cerré la puerta de la casa y subí de nuevo las escaleras. La chimenea aún seguía encendida. Así que me senté de nuevo en la silla a escribir sobre la mesilla de cedro, y mi escrito empezaba así:

La chimenea ardía mientras me hundía en las hojas del libro de pasta negra. Recuerdo el gozo al leer ese horrible cuento de terror llamado “Abominación”, que me llenaba de temor y a la vez de alegría...




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