Juan Esteban Peláez

CUENTOS

Obra Sumeria

El Mago de Ur

Literatura Tenebrosa

Esta es la historia más horrible que he conocido. Aunque es muy antigua y tiene un tino bíblico, he de aclarar que nada tiene que ver con la biblia, pero es incluso más terrible que las historias de Sodoma y Gomorra, los castigos del pueblo de Madián o la historia de Job. Su escritura es cuneiforme, y la tablilla donde está escrita muestra una antigüedad enorme, incluso tenebrosa. Es una tablilla muy parecida a la “Estela de los Cuervos”, pero la supera en tamaño y misterio. Aunque se habla de ciudades sumerias como Umma y Ur, la ciudad donde se desarrolla parece no estar en ningún registro de la Mesopotamia antigua.


La historia inicia con la llegada de dos extranjeros a la ciudad de Kussur, que, según el escrito, quedaba a pocos kilómetros de la ciudad de Umma, entre los ríos Tigris y Éufrates. La pareja cruzó la calle en medio de la oscura noche y llegó a la casa de un alfarero llamado Natum. La puerta sonó con varios toques apresurados, así que Natum se levantó de la cama y abrió la puerta. Bajo la luna de plata vio dos figuras altas vestidas con sedas de colores (algo muy extraño en la ciudad). Eran un hombre y una mujer.

El hombre, barbado, fue quien habló con voz gruesa y severa. -Te pido que nos des estadía esta noche. Somos viajeros y vamos a Umma desde Ur. Estamos cansados y hambrientos.
-Hay un estadero cerca, señor -dijo Natum, al mismo tiempo que veía a su esposa Eana, que se había levantado de la cama. No quería extranjeros en su casa.
-Serás recompensado si nos muestras tu bondad -dijo el extranjero-. Pero la bondad tendrá algunas pruebas que debes pasar. Danos estadía y te recompensaré.
Natum vio las vestimentas costosas del extranjero, y miró a la joven que lo acompañaba. Era hermosa y muy joven, casi una niña. Era de baja estatura, delgada, y tenía un hermoso rostro visible tras un velo casi transparente. El demonio de la codicia intentó darle consejos a Natum, pero su acción fue impulsada más por la bondad de su esposa Eana, quien sin pensarlo pidió a los extranjeros que siguieran.
-La noche es fría y sabemos qué es tener hambre -dijo Eana-. Por favor sigan y descansen. Les daremos comida sin buscar recompensa -añadió mientras tomaba a la jovencita de la mano y la entraba a la casa.
Natum asintió. Aunque los hombres tomaban las decisiones y las mujeres callaban, la presencia de los extranjeros hizo que Natum simplemente consintiera la decisión de su mujer sin titubear. Además, algo en la presencia del extranjero lo inquietaba y, a la vez, le daba tranquilidad. Esta duda lo hizo aceptar.
-Quien da de comer a alguien con hambre nunca es olvidado por el hambriento -dijo el extranjero-. Cumpliré con mi promesa y los recompensaré; pero la recompensa tardará cinco días y cuatro noches en llegar.
-No hay necesidad de recompensa -aseguró Natum, impulsado por algún sentimiento de admiración hacia el extranjero. De repente ahora veía en la pareja recién llegada un aura blanca de poder y bienestar. Aunque estaban hambrientos no estaban delgados, y aunque venían de viaje no estaban sucios ni apestaban. Por el contrario, apenas entraron dejaron en la casa la dulce fragancia de sus perfumes, cual incensario de una religión lejana. Se sentaron en el suelo a petición de Natum. Casi al tiempo, Eana llegó con dátiles y panes duros.
-Soy Ush, el Mago de Ur, y quien me acompaña es Inna -dijo el extranjero-. Como les dije anteriormente, vamos a Umma a advertir al rey sobre su ofensiva contra Lagash. Pero hemos sido acosados por varias personas que nos ven como una amenaza o un premio.
-Aquí estarán a salvo -dijo Natum sin pensarlo. Pero la verdad es que no había asimilado el peligro. Ignoraba que muchos habitantes de Kussur habían visto llegar al mago, y se preparaban para capturarlo.

Estuvieron hablando por varios minutos, pero Inna, la jovencita, permanecía callada. Estaba evidentemente preocupada, pues miraba constantemente la puerta, como quien espera la ruina. Aunque tenía el velo, sus ojos expresivos mostraban terror.
El mago se dio cuenta de esto y le pasó unas plantas que sacó de su bolsillo. -Come y aprieta esta esfera con tu mano izquierda -le pidió mientras le pasaba una pulida esfera de cristal pequeña, de unos cinco centímetros de diámetro.
La joven tomó las plantas, las masticó y tomó la esfera con su mano izquierda. Casi de inmediato pareció entrar en un letargo, como si las hierbas la hubieran drogado. Mantuvo la esfera apretada por un tiempo, hasta que el mago se la quitó de la mano con delicadeza.
-Ahora su alma está en la esfera -explicó el mago al ver los rostros dudosos de Natum y Eana. Ninguno entendió la situación en el momento.
Entonces, cuando la noche era más oscura, unos golpes sonaron en la puerta. Varios hombres se habían aglomerado frente a la casa de Natum con palos y cuchillos. En Kussur los extranjeros no eran bien vistos, además había muchas supersticiones sobre los hechiceros.
-¡Danos al mago, Natum! -gritó uno de los furiosos hombres.
Los cuatro entonces se levantaron de un salto, aterrados. Los corazones se aceleraron y las manos temblaron.
-¡Largo! -ordenó Natum a la turba sin abrir la puerta. Aunque era un alfarero y no un guerrero, Natum era valiente. Además, su admiración hacia los recién llegados había crecido.
-¡Entréganos al mago! -insistieron varias voces masculinas. Entonces patearon la puerta para tumbarla.
-¡¿Qué hacemos?! -preguntó Eana mientras miraba a la pequeña Inna.
Esta última lloraba de miedo mientras se aferraba al mago.
Natum, llevado por la adrenalina, fue a la parte trasera de la casa y volvió con una pala, presto a defender a sus visitantes. -¡No les entregaré al mago! -insistió-. ¿Para qué lo quieren?
-¿Acaso no lo sabe? -preguntó otro hombre-. Si se bebe la sangre de un mago se acaban los dolores, y si se come su carne se obtienen poderes y suerte.
Natum miró a Ush, que evidentemente estaba temeroso, y recordó el ritual que había hecho con Inna hacía sólo unos instantes. ¡Esos malditos querían devorar al mago! Pero Natum reaccionó y negó con la cabeza. -¡Eso no es cierto! -gritó.

El mago, al ver la acción de Natum, le puso la mano en el hombro. -Eres bondadoso, igual que tu esposa, y por eso serán recompensados -dijo, blanco del miedo. Entonces, tembloroso y lleno de un instinto monstruoso, tomó a Inna del cabello, le rasgó el velo del rostro y la arrastró con violencia hacia la puerta.
La jovencita lloraba. -¡No, señor, por favor! ¡Mi señor, no! -gritaba aterrada mientras se tomaba el cabello para zafarse, al tiempo que se retorcía como una serpiente para huir.
Pero el mago parecía tener la fuerza de un león. Abrió la puerta con cierta facilidad y lanzó a la joven delgada y hermosa al suelo, de rodillas entre los hombres con antorchas y armas. -Les doy a mi acompañante para que me dejen en paz. Pero si ella no sobrevive para mañana, el dios Enki les castigarán dependiendo sus horas de sufrimiento. Quedan advertidos- dijo, y cerró la puerta.

La turba quedó paralizada al escuchar la potente voz del mago. Pero apenas se cerró la puerta volvieron a vociferar, los ánimos reverberaron y algunos hombres volvieron a la puerta para intentar tumbarla y comerse al mago; pero esta vez la puerta parecía ser de piedra, y no pudieron moverla ni un centímetro. Otros hombres, ansiosos y enfermos, se abalanzaron a la jovencita, le rasgaron la ropa y la ultrajaron frente a la casa de Natum.


-¡Señor! ¡¿Qué ha hecho?! -gritaba Eana mientras escuchaba a la niña gritar afuera. Se arrodilló frente al mago y le tomó los pies. -¡Señor, sálvela! -insistió sollozando.
-Los estoy salvando a ustedes dos a cambio del bienestar de ella -dijo Ush mientras ayudaba a levantar a la mujer. La miró a los ojos y le mostró la bola de cristal-. Acá está su alma. Está a salvo, aunque su cuerpo sea vejado. Pero todos ellos pagarán esta blasfemia -añadió irritado.

Natum estaba inmóvil, temblando y con la pala bien aferrada. Sólo escuchaba los gritos cada vez más débiles de Inna y las risas de los terribles hombres que turnaban sus horrendos deseos. Finalmente, después de cuatro horas, todo fue silencio. El amanecer llegó y esos monstruos con cuerpos humanos se fueron a sus casas, extasiados y cansados.

Ninguno durmió en toda la noche. El mago estuvo sentado frente a la puerta durante todo ese tiempo, cabizbajo y en silencio, mientras parecía hablar solo (o con el alma de Inna). Natum y Eana simplemente esperaron a que todo acabara. Y, cuando todo fue calma, el mago abrió la puerta con gran facilidad, y vio a su hermosa jovencita tendida en el suelo, maltratada, con el cabello arremolinado y los labios secos. Nada quedó de la hermosa joven que llegó de Ur.

Inna abrió los cansados ojos con lentitud, y apenas vio al mago intentó levantarse, anduvo gateando como un animal hacia su señor, y apenas llegó a sus pies dijo: -Mi señor, ya he cumplido con mi misión de cuidarlo. Le pido que no me olvide.
El mago se apresuró a tomarla entre sus brazos, le limpió las mejillas y le secó las lágrimas. -No te olvidaré Inna, y pronto estaremos juntos. Todos pagarán lo que te hicieron- entonces le mostró la esfera de cristal y dijo: -Ya puedes descansar.
Inna entonces dejó de respirar en los brazos de su señor, y su rostro cambió, pues el dolor desapareció. En vez, pareció una niña dormida plácidamente entre los fuertes brazos del mago.

Natum y Eana permanecían quietos mientras miraban como la jovencita moría. Entonces el mago levantó su cuerpo y lo ingresó a la casa. Su rostro pálido mostraba una ira terrible. Apretaba los dientes tras sus labios sellados, mientras tendía en el suelo a su querida acompañante. Inspeccionó por completo su cuerpo, crispó los dedos y dijo a Natum: -Necesito herramientas para cortar el cuerpo. Y necesito que me ayudes.
El alfarero, llevado por un infinito deseo de bondad y tristeza, aceptó. -Le diré al carnicero que me preste algunas herramientas, pero debemos hacerlo hoy. No creo que pueda prestarme sus herramientas más de un día.
-Un día es suficiente -dijo Ush sin dejar de mirar el rostro blanco e inerte de Inna. Sus ojos vacíos miraban al techo, y sus perfumes poco a poco dejaban su dulzura.

Natum pensó que el mago quería darle digna sepultura, por lo que, sin dudarlo, se apresuró a pedirle a un vecino carnicero utensilios para descuartizar bestias. El carnicero, que era uno de los monstruos que había pedido la sangre del mago, le dio las herramientas sin dudar. Ya no quería saber nada del mago, y ahora sólo quería descansar, pues estaba agotado por la terrible noche.

Cuando Natum llegó con las herramientas, Eana les dio algo de cerveza y algunas manzanas. Ambos hombres las comieron y, con la puerta de nuevo trancada, iniciaron una horripilante y agotadora tarea. El mago decapitó el cuerpo de Inna, mientras Natum, que no era experto, cortaba como podía las extremidades de la jovencita. A menudo se encontraba con huesos duros, y la sangre dificultaba la tarea, pues hacía más difícil asir la carne. La casa se llenó entonces de charcos rojos y densos, y las paredes se llenaron de sangre, como si la casa entera fuera un matadero. El mago y Natum quedaron bañados en sangre (aunque se habían quitado la ropa para la horrible empresa). Para el atardecer ya habían descuartizado a Inna en diez partes.

-Mañana irás al zigurat con la cabeza de Inna y le dirás al sacerdote que, como compensación por la pérdida de mi acompañante, exijo diez bolsas con monedas de oro y tres bueyes -dijo el mago, agitado y cansado.
Natum sintió escalofrío al escuchar esto. -Mi señor -dijo-, el sacerdote no aceptará nunca esa compensación. Incluso mi vida corre riesgo a causa de tal exigencia.
Pero Ush pareció ignorar el peligro. -Si no acepta entonces entierra la cabeza en las higueras que quedan al sur de la ciudad. No debes cavar muy profundo, basta con que los carroñeros no la encuentren. Y dile al sacerdote que tiene cuatro días antes que Enki envíe cinco sirvientes.
Natum miró a su esposa, y temió, pero al ver el rostro severo del mago, aceptó. Al estar cerca de Ush se sentía valiente, respaldado por alguna magia, casi indestructible. Además, el ver los pedazos de Inna en su hogar lo llevaba a un mundo onírico de terror y angustia, del cual, sin certeza alguna, quería concluir con la tragedia para los causantes; y sabía muy en el fondo que todas estas instrucciones llevaban a la venganza.
-Iré mañana al zigurat y daré el mensaje, señor -dijo el alfarero. Su mujer lo miró entonces con orgullo y se sintió más enamorada de él, y el mago, gratamente agradecido, asintió.

Y así fue. Natum se levantó muy temprano, pues no pudo dormir bien a causa de la preocupación, y puso la cabeza azulada de Inna en un plato de barro. La cubrió con un paño y fue al zigurat, donde el sacerdote rezaba a Enki (no sin antes entregar las herramientas al carnicero). Su corazón palpitaba y sudaba del miedo mientras caminaba, pues exigirle algo a un sacerdote era peligroso. Anduvo por las calles terrosas de Kussur hasta llegar a la edificación. El zigurat tenía tres terrazas enormes, y se encontraba erguido en el centro de la ciudad. En la última terraza estaba el santuario.

El hombre subió las escaleras con lentitud, cada vez más asustado y fatigado, y con la cabeza de Inna en sus manos. Ya las moscas empezaban a rondar la cabeza, causando alrededor ese zumbido terrible. Además, el olor penetrante ya empezaba a inundar el entorno. Muchos adeptos que se encontraban en el zigurat empezaron a notar la peste, pero ninguno dijo nada.

Cuando Natum llegó al santuario, se apresuró a un sacerdote conocido por él que se encontraba en el interior, de rodillas y rezando a Enki.
-Mi señor -dijo Natum mientras manoteaba el aire para espantar las moscas-. No sé si ya se ha enterado de la llegada del Mago de Ur a mi hogar, pero me ha enviado con un mensaje. Quiero que sepa que sólo actúo como mensajero.
El sacerdote era joven y generoso, y conocía a Natum por viejos favores. Entonces asintió, se puso de pie y miró la cabeza bajo el paño. -Dime el mensaje y yo se lo daré al sumo sacerdote -dijo con bondad, aunque la cabeza de ojos blancos bajo el paño le daba asco.
-El mago desea una indemnización porque los habitantes de Kussur abusaron y mataron a su acompañante -dijo Natum mientras hacía entender que la acompañante era la cabeza de labios morados que tenía en sus manos.
El sacerdote meneó la cabeza. -El sumo sacerdote dirá que no, pero acaba con tu mensaje -pidió mientras volteaba la cara para evitar el olor a podrido.
-El mago exige diez bolsas con monedas de oro y tres bueyes. Si se acepta el pago dejaré la cabeza en este zigurat para que ustedes dispongan de ella.
-¿Y si no aceptamos?
-Tengo que enterrarla en las higueras del sur, según la instrucción del señor Ush.
El sacerdote se tomó la barbilla, pensativo por la extraña orden. -No puedo quedarme con esa cabeza, y el sumo sacerdote no aceptará realizar el pago -aseguró.
-El Mago de Ur dice que si no acepta, en cuatro días Enki enviará cinco sirvientes.
Esta afirmación hizo que el sacerdote cambiara de semblante. Él temía a la furia del dios Enki, y no quería sufrir bajo su voluntad. -Si, digamos, decidimos dar el pago, ¿a dónde lo llevamos?
Esta pregunta tomó por sorpresa a Natum. No esperaba acoger a Ush más días. Esperaba que después de enterrar a Inna el mago siguiera su camino a Umma. Pero, sin tener una respuesta clara, dijo: -Lleven el pago a mi casa.
El sacerdote asintió y, dando un último vistazo a la cabeza, dijo: -Debió ser una niña hermosa. Ve y entiérrala en las higueras. Pero no vuelvas, pues el sumo sacerdote no es tan piadoso como yo. Le daré tu mensaje pero estoy seguro que entrará en cólera. No te acerques durante esos cuatro días al santuario. Si durante ese tiempo no sucede nada olvida el pago y aconséjale al mago que escape de Kussur.

Natum entendió y se sintió más tranquilo, pues su empresa había salido bien. Había cumplido con dar el mensaje y aún tenía su cabeza sobre sus hombros. Ahora sólo quedaba ir al sur para enterrar la cabeza y todo acabaría.

Bajó la escalera del zigurat y caminó con la apestosa cabeza bajo el terrible sol de mediodía hasta llegar a las higueras del sur. Allí se tomó su tiempo para encontrar una buena sombra y se dispuso a enterrar la cabeza. Cometió el error de no llevar pala, pero, para su fortuna, allí la tierra no era muy dura, por lo que pudo abrir un hueco con algunas piedras y con sus propias manos. Sin embargo, bajo el calor del día tal tarea era fatigante. Además, el hambre ya lo abordaba. Pero logró enterrar la cabeza antes que el dorado crepúsculo invadiera el horizonte.

Cuando volvió a casa vio al mago comiendo algunos dátiles en el suelo de la sala. Eana había salido por agua para acabar de limpiar la sangre de las paredes y el suelo.
-Ya enterré los nueve pedazos de mi querida Inna. ¿Aceptaron la compensación? -preguntó Ush.
Natum meneó la cabeza. -Enterré la cabeza en las higueras. Espero que los animales no la desentierren -dijo. Ya se sentía más tranquilo, aunque estaba exhausto.
-Te diré qué sucederá antes de irme -dijo Ush-: Mi amada Inna sufrió cuatro horas, por lo que en cuatro días Enki enviará su venganza. Serán cinco quienes lleguen, y arruinarán Kussur. Debes quedarte en tu casa y poner este amuleto en tu puerta para que ellos no entren-. Entonces le dio un pequeño amuleto de bronce con una figurilla de un ojo con cuatro alas alrededor.
Natum tomó el amuleto y asintió.
-Al ver a los enviados de Enki los sacerdotes sabrán de su error. En ese momento tendrás la recompensa que te prometí. Al quinto día vendré a despedirme-. Entonces el mago se levantó y abrazó con bondad a Natum. -Gracias por todo -dijo-. Te recomiendo que, después de recibir tu pago, vayas a Umma y hagas allí una nueva vida; pero esa decisión es tuya y de Eana. Allá te recibiremos con los brazos abiertos.
-¿Quiénes? -preguntó el alfarero.
-Nosotros -dijo Ush sonriendo. Entonces suspiró y abrió la puerta-. Nos vemos en cinco días -aseguró el mago mientras salía de la casa.

Natum pareció descansar finalmente. Ya había hecho su tarea, y ahora podía volver a su humilde vida de alfarero. Aunque en sólo dos días habían sucedido cosas terribles en su casa, ahora todo había terminado. La verdad no esperaba compensación ni recompensa por su tarea, sólo quería descansar y volver a la normalidad con su amada esposa.

Pero nada volvió a la normalidad. Los días pasaron y los rumores de la ida del mago invadieron la ciudad. Durante los próximos tres días nadie estuvo interesado en Natum, y poco se mencionaba el asesinato de Inna. Pero llegó el espantoso cuarto día, y con él la tragedia y el horror.

Natum, obediente, había colgado en su puerta el pequeño amuleto. Él y Eana estaban en su hogar, cuando a eso de las tres de la tarde sonó una trompeta tempestuosa, un sonido poderoso que llegó a toda la ciudad como un clamor de muerte y ruina. Nadie nunca había escuchado sonido igual, y, lo peor, era que provenía del cielo, como si horrores primigenios descendieran de las estrellas lejanas y sin nombres.

Natum y Eana salieron de la casa para mirar lo sucedido, y se dieron cuenta que la ciudad estaba en caos. La gente corría de un lado a otro, escapando hacia todos lados. Los niños lloraban y los perros ladraban, las vacas mugían y los árboles se sacudían de un lado a otro, halados con violencia por vientos que no tenían sentido alguno, pues iban y venían de todos lados, como si muchas tormentas de arena rodearan la ciudad.

Casi de inmediato empezó el suplicio para los blasfemos: Cada uno de los hombres que habían abusado de Inna empezaron a sentir un intenso dolor en sus entrepiernas, a tal punto que empezaron a arrodillarse, incapaces de caminar. Y, de repente, sus carnes empezaron a derretirse como si fuera barro. La carne y la piel de sus entrepiernas empezaron a caerse entre sus pantalones como líquidos, o entre sus dedos. Parecía orina, pero eran pedazos enteros derretidos de sus miembros. Empezaron entonces a temblar y a sudar de dolor, y a gritar con fuerza. Era tan intensa la sensación, que los segundos se volvieron minutos, y los minutos horas. El miedo desapareció de esos abusadores, y el hambre y la sed, y el cansancio y el calor; todo fue reemplazado por ese terrible dolor por el derretimiento de sus sensibles miembros. Hasta que sólo quedó un hueco de carne viva expuesto entre el abdomen y los muslos, hueco infectado por arena y atacado por torrentes de moscas que se apresuraron a poner sus larvas en la carne palpitante. Todos los violadores, sin excepción, aclamaron la muerte para descansar de tal tortura; pero ninguno les dio muerte, pues todos estaban aterrorizados y ninguno se detuvo para darles la paz eterna. Todos los abusadores padecieron durante cuatro días, castigados por las cuatro horas que abusaron de Inna. Al quinto día después de llegada la maldición, todos murieron presas del dolor.

Pero mientras los violadores sufrían el terrible derretimiento de su hombría, encorvados e inmóviles por el dolor, la ciudad de Kussur recibía la visita de los sirvientes de Enki. Después del clamor de la trompeta aparecieron cinco seres tenebrosos sobre la ciudad, enormes como casas, claramente ajenos a este mundo. Quizás fueron la inspiración de los ángeles, pues eran alados; pero en nada se acercaban al arte renacentista (esta observación la incluyo, pues no hace parte de la tablilla). Los monstruos constaban de un ojo enorme y repugnante inyectado de sangre, que parpadeaba lentamente y miraba hacia abajo, hacia la ciudad, como escrutando las almas que corrían y gritaban desesperadas. Y alrededor del horrible y nauseabundo ojo había cuatro alas enormes y blancas que se batían lentamente, levantando arena y sacudiendo las copas de los pocos árboles del rededor. La ciudad empezó a llenarse de un hedor amargo, claramente proveniente de esos seres alados, y los fuegos empezaron a aparecer por todo Kussur, consumiendo bestias y calcinando humanos.

Y sobre el zigurat había una calamidad diferente a las otras cuatro: Un poderoso ángel deforme y horripilante que parecía estar envuelto en un aura púrpura de desesperación y angustia. También tenía cuatro alas, pero su forma era más humana, pues tenía cuerpo. Sin embargo, sobre sus hombros descansaba una cabeza con tres rostros, dos a los lados y uno al frente. Ninguno de los rostros tenía ojos, ni fosas nasales ni boca; parecían máscaras inexpresivas y a la vez terroríficas. Sólo se movían sus alas, lentamente, como alejado del mundo e inundado en otra dimensión; pero a la vez esa falta de acción le daba un aspecto siniestro. Ese sirviente terrible enviado por Enki fue la última visión de toda la ciudad. Después de su aparición todo fue oscuridad y caos, y muchos murieron de miedo y terror, y otros por el fuego, y los abusadores por la maldición.

Natum y Eana entraron a su casa mientras Kussur entraba en pánico. Allí estuvieron encerrados por horas, mientras escuchaban el clamor y la angustia de quienes intentaban escapar de la ciudad. El hedor se fue incrementando a tal punto que causó náuseas en la pareja, pero la peste y la enfermedad no cruzaron la puerta. Los gritos y el caos duraron toda la noche.

Cuando la mañana llegó tocaron a la puerta del alfarero. Natum abrió y vio que era el joven sacerdote del zigurat, acompañado de algunos guardias y tres bueyes.
-El sumo sacerdote ha muerto y ya no hay nada para nosotros en Kussur -dijo el sacerdote mientras miraba el destruido zigurat-. He aquí tu pago. Me he tomado el atrevimiento de compensar al Mago de Ur.
Natum tomó las diez bolsas de oro que el sacerdote le dio, y dio las gracias. -¿No lo castigarán por esto, señor? -preguntó.
El sacerdote joven meneó la cabeza, miró de nuevo la ciudad arruinada y dijo: -No hay nadie quien me castigue. Voy a Uruk con mi familia. Te recomiendo que también abandones la ciudad, pues nunca volverá a ser próspera después del castigo de Enki -añadió, y sin más, siguió con su séquito hacia el sur, hacia la ciudad de Uruk.
Natum simplemente no lo podía creer. Miró a Eana y se abrazaron, agradecidos de haber sobrevivido el terrible castigo del dios.
-¿Crees que el mago vendrá por el pago? -preguntó la mujer.
-Si viene se lo entregaré, pues es su compensación por la pérdida de Inna -respondió Natum con seguridad.

En ese preciso momento tocaron de nuevo la puerta de la casa. Al abrir Natum y Eana quedaron sorprendidos, gratamente sorprendidos, y una enorme felicidad invadió sus almas. Allí estaba Ush, el Mago de Ur, acompañado de la hermosa Inna, con sus sedas impecables y su velo sobre el bello rostro.

Eana miraba a la jovencita con detenimiento. -¿Estás bien? -preguntó asombrada.
Inna le respondió con una hermosa sonrisa en el fino rostro tras el velo: -Estoy bien. Nada me pasó esa noche. Siempre estuve en manos de mi señor.
Entonces el mago sacó la esfera de cristal y se la mostró a la pareja. -Ella siempre estuvo aquí. El resto fue sólo un cuerpo vacío que infectó a los abusadores y los hará sufrir durante cuatro días, ni más ni menos. Pero ese dolor los hará visitar el infierno en vida.
Natum, incapaz de aguantar la felicidad, abrazó al mago y a la joven, y dijo: -Me alegro que estén bien. He aquí la indemnización de la ciudad- explicó mientras le mostraba los bueyes-. El oro lo tengo dentro de la casa.
Pero Ush meneó la cabeza. -Me llevaré un buey, pues lo necesito para mi viaje; pero el resto es de ustedes. Esta es la recompensa por tu bondad, y por la bondad de Eana. Ahora son ricos, y pueden ir a cualquier ciudad. Es mi forma de agradecerles.
Natum y Eana se hincaron ante el mago, que con una sonrisa dio media vuelta y tomó a un buey de las riendas. -Espero verlos pronto -dijo con profundidad.

Inna, rodeada de dulces fragancias, abrazó de nuevo a Natum y a Eana, hermosa, y con gran alegría se despidió de la pareja, siguiendo a su señor hacia el norte, hacia Umma, donde sería suma sacerdotisa, pues había pasado la prueba que Ush le había puesto. Así termina la historia del Mago de Ur.

En la tablilla se realizan más menciones que pueden servir como pistas, pero hay menciones confusas. Por ejemplo, se vuelve y se menciona a Ush el Mago, pero esta vez se cita como sirviente del rey Enmerkar que, según la lista de los reyes sumerios, fue el segundo rey de Uruk y gobernó por 420 años (antes del relato de la epopeya de Gilgamesh). Pero Enmerkar gobernó Uruk, mientras Ush nació en Ur, por lo que esta mención puede o no ser al mismo mago.

Por otra parte, la ciudad de Kussur sólo es mencionada en esta estela, pero no se encuentra en ninguna otra fuente. Por lo que se cree que Kussur (si en verdad existió) fue destruida antes del 2500 a. C., antes del relato de la “Estela de los Cuervos”.

Finalmente, los sirvientes del panteón mesopotámico son conocidos como los Anunnaki, pero en la tabilla es clara la descripción de los horrendos ojos alados, y del esperpento gigantesco y grotesco que se posicionó sobre el zigurat de Kussur y lo destruyó. Esta descripción no coincide con ninguna otra encontrada de los Anunnaki, y deja más preguntas para los investigadores.

Ninguna otra tablilla cuneiforme ni ninguna otra fuente antigua mencionan a Natum, Eana, Inna o al Mago de Ur.




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