Juan Esteban Peláez

CUENTOS




Obra de Christopher Blossom Obra de Christopher Blossom

El Barco Negrero

Literatura Tenebrosa

Este escrito describe la travesía del «A Menina», una de las historias más horribles de un barco negrero. Inicia en Dakar, Senegal, en marzo de 1767, época dorada del tráfico de esclavos. Dakar era uno de los mayores comercios de trata de personas, vendiendo a cada tripulación entre 100 y 250 esclavos por contrato. Estos desdichados eran capturados por crueles esclavistas en varios países, incluso tan lejanos como el Congo y Sudán. Uno de estos esclavos capturados fue Aka, guerrero nómada del centro de África. Aka y su tribu habían sido vencidos por una tribu extranjera, y por lo mismo ahora iba encadenado y a pie, bajo el terrible sol, hacia Dakar. Ya su madre, su padre y dos de sus hermanos habían perecido durante esta caminata de muerte; sólo su hermana Abeba y su hermano menor Taleh, seguían con vida.


Después de varios meses de caminar encadenados y comer sólo arroz y pan, los esclavos llegaron al puerto y fueron vendidos por un hombre llamado Essoh a una tripulación relativamente novata, proveniente de Portugal y al mando de José Almeida Cruz, un inexperimentado capitán de un barco negrero. Almeida Cruz había logrado un contrato con un terrateniente de Brasil para la compra y venta de ciento treinta esclavos, pero el capitán había incluso logrado conseguir ciento cuarenta y dos, doce más de lo acordado. Había contratado a algunos marineros jóvenes y ansiosos de aprender el oficio. Ahora veía su sueño hecho realidad, pues montaba al barco filas de hombres negros, casi todos sanos y evidentemente fuertes, y mujeres robustas y resistentes. Para Almeida Cruz, estas personas eran símbolo de riqueza, aunque fueran tratados como ganado.

El 16 de marzo el A Menina zarpó de Dakar cargado con alimentos y esclavos. Aka había estado encadenado por meses, pero ahora las cadenas le parecían más férreas, y la situación había empeorado. Lo habían separado de su hermana, y su hermano estaba en la misma cubierta, pero invisible para él entre tantas personas. Aka sintió entonces el horrible calor de la cubierta del barco apenas lo encadenaron, acostado bocarriba y a menos de un metro de otros dos hombres. Era un bochorno que casi ahogaba, poniéndolo a sudar más que el sol de mediodía. Los marineros los encadenaron a todos, uno al lado del otro, y cerraron el compartimiento enrejado. Aka sólo veía la reja que casi le rosaba la nariz, mientras sentía el calor y el olor a sudor de sus compañeros cercanos.
-Dicen que los blancos comen gente. Probablemente nos coman apenas salgamos del barco -dijo uno de los compañeros de Aka.
Aka entonces temió por su vida, pero muy en el fondo quería morir. Estaba encadenado después de que las praderas subsaharianas eran su límite, y ahora compartía con desconocidos cuando antes sólo conocía a las personas de su tribu. Sin embargo, se sintió a gusto al escuchar su idioma, pues casi todos los esclavos hablaban idiomas diferentes por provenir de diferentes países.
-¿Cuál es su nombre? -preguntó Aka.
Y el hombre acostado a su lado, evidentemente contento por tener con quien hablar, respondió: -Soy Bakary, Bakary Okeke, y soy escriba.
Ambos hombres hablaron y se dieron cuenta que eran de tribus diferentes, incluso pudieron ser enemigos; pero allí formaron una gran amistad, pues tenían un enemigo en común: los hombres blancos.

Así transcurrieron tres horribles días. Los esclavos, al estar encadenados, hacían acostados sus necesidades, untando a sus compañeros más cercanos. El hedor se levantó como un vapor espeso y húmedo, y empezó a impregnar toda la asfixiante cubierta, lo que hacía que los marineros evitaran bajar con frecuencia para revisar a los esclavos. Durante esos tres días siete personas murieron a causa de enfermedades o por el calor. Uno de esos siete muertos fue un hombre que permanecía al lado de Taleh, el hermano de Aka. Taleh había sentido el olor a putrefacción un día antes. Llamó al hombre, e incluso intentó sacudirlo con las cadenas que los ataban; entonces se dio cuenta que estaba desgonzado y con los ojos blancos. Taleh gritó a la tripulación por varias horas, pero sólo después de treinta horas la tripulación bajó y removió el cadáver, ya pálido y rígido. Los siete cuerpos fueron lanzados al mar.

Ya al cuarto día pasaron cerca de Cabo Verde. Allí hicieron una parada y aprovecharon para lavar la cubierta con agua de mar. Sacaron a todos los esclavos y los bañaron, siempre encadenados. Además, los obligaron a comer pan y fríjoles. A los esclavos que se negaban a comer los obligaban a tragar con horribles artefactos que les abrían la boca casi hasta fracturarles las mandíbulas. Aquellos negreros eran terriblemente crueles; pero sabían que un esclavo muerto era menos ganancia.

Salieron de Cabo Verde el 22 de marzo, cargados con varios cereales y botellas de ron, además de algunas ratas que se colaron en la carga. Estas ratas se volvieron en verdad un problema, pues por la noche algunas roían los dedos de los pies de los esclavos. Esos animales mutilaron a dos negros antes que la tripulación lograra cazarlas.

Así pasaron dos semanas más, aumentando el suplicio de Aka y sus compañeros. Pero los esclavos ignoraban que ese viaje podía durar incluso ocho semanas (dependiendo del clima). Nueve esclavos más ya habían muerto, casi todos por disentería o malaria; pero Aka seguía con vida, y fue él quien se dio cuenta del error de uno de sus custodios el 3 de junio. Ese día los marineros, novatos y confiados, decidieron tomarse una licencia, y, acompañados de Almeida Cruz, se emborracharon con ron hasta altas horas de la noche. Ese día habían limpiado un poco las rejas de la cubierta, pero un marinero llamado Flavio Da Silva había dejado un candado sin asegurar. Ese candado estaba casi sobre la cabeza de Aka. Aka vio esto y pensó que podía alcanzar el candado con su mano si coordinaba el movimiento con Bakary. El esclavo le contó a su compañero, y este último, viendo un posible escape a su suplicio, aceptó. Bakary tenía como plan escapar y lanzarse al mar y morir, o que los marineros lo mataran. Pero los planes de Aka eran más oscuros.

Entonces ambos subieron las manos atadas con grilletes, y Aka, que tenía la mano más delgada, logró alcanzar con sus largos dedos el candado. Estuvo intentando sacarlo del cerrojo por varias horas, pero era más pesado de lo que pensaba y con sólo sus dedos le era difícil manipularlo. Sabía que esa era una oportunidad de oro, por lo cual no podía esperar hasta el amanecer, donde probablemente volvería a bajar algún tripulante. Pero la empresa fue en vano por mucho tiempo. Aka, cansado y sudoroso, intentaba una y otra vez soltar el candado, hasta que después de un gran esfuerzo logró sacarlo. Lo había logrado.

Aka y Bakary intentaron subir la reja con sus manos y sus piernas, pero era muy pesada. Sin embargo, varios esclavos se dieron cuenta que la reja sobre ellos estaba suelta, y, aunque hablaban diferentes idiomas, todos entendieron que era una oportunidad. Así que empezaron a coordinar fuerzas, aprovechando la borrachera y la algarabía de los marineros allá arriba. Hasta que, en un golpe de fuerza bruta, algunos esclavos, los más fuertes, lograron sentarse y poner sus espaldas contra la reja. Después otros más, y después más, hasta que lograron subir la reja lo suficiente para empezar a salir de las prisiones. Ya afuera se dieron cuenta que habían abierto sólo una de las siete celdas de la cubierta; pero no eran pocos, pues eran casi cuarenta esclavos que ahora podían moverse.

Aunque todos estaban encadenados, muchos se dieron cuenta que las cadenas los unían de cinco en cinco. Esto les permitía maniobrar, incluso pelear. Así que esperaron a que algún marinero bajara para emboscarlo. Y así fue. Después de dos días, un marinero llamado Adão Duarte bajó para dar su ronda. Tenía una fuerte resaca por el ron, pero se disipó por completo al abrir la puerta y sentir varias manos enormes y fuertes en sus brazos y en su cuello. Uno de los esclavos le golpeó los testículos y lo hizo hincar de inmediato. Otro tomó su pistola y un tercero lo golpeó en la cabeza con un palo hasta romperle el cráneo. Adão Duarte nunca tuvo oportunidad de defenderse ni de gritar.

Entonces los cuarenta esclavos salieron de la cubierta, vociferando y armados con palos. Los marineros, algunos todavía ebrios, no esperaban el ataque, y fueron tomados por sorpresa. Los hombres negros, aunque atados entre sí, lograron irse palo en mano contra los tripulantes. Muchos ni siquiera tenían sus armas al alcance, lo que demostró su clara y costosa inexperiencia. En tan sólo una hora se llevó a cabo una masacre.

La crueldad de los esclavos hacia sus captores puede ser justificada por años de sufrimiento, y, aun así, los actos en el A Menina son aterradores. Casi todos los marineros fueron molidos a golpes, reventándoles los ojos y fracturándoles las mandíbulas, hundiéndoles la cara y desnucándolos contra el castillo de popa. Hubo algunos marineros que prefirieron lanzarse al mar, muriendo ahogados o devorados por tiburones. Pero el suplicio de otros fue más extendido. Una de las historias más terribles fue la de un marinero de facciones femeninas, llamado Emilio, que fue violado sistemáticamente por varios esclavos, incluido Bakary. Emilio murió desgarrado dos días después. A Flavio Da Silva, el marinero que no aseguró el candado, lo desollaron vivo, iniciando en sus muslos y terminando en su espalda. Finalmente, a Almeida Cruz lo descuartizaron y colgaron sus partes al bauprés y a la cofa del mástil, mostrando así el éxito del amotinamiento. De los cuarenta esclavos murieron catorce, presas de puñales o balas.

Al día siguiente, ya con los ánimos un poco calmados, los veintiséis esclavos sobrevivientes pensaron con más detalle el paso a seguir. Uno de los tripulantes había entregado bajo tortura las llaves de los grilletes, por lo cual pudieron liberarse y así lanzar por la borda a sus catorce compañeros fallecidos. Todos, por unanimidad, declararon a Aka como el líder del barco. Aka, envalentonado, lo primero que ordenó fue liberar al resto, pues deseaba ver a sus hermanos. Pero su liderazgo empezó con el pie izquierdo, pues se dio cuenta que su hermana Abeba y su hermano Taleh habían perecido días atrás, ambos de disentería. Entonces Aka lloró desconsolado, ya con la adrenalina baja, y pidió ayuda para lanzarlos al mar. Los cuerpos de ambos llevaban varios días bajo cubierta, y estaban podridos. Pero no eran los únicos, pues casi cincuenta esclavos yacían muertos en las celdas. Así que Aka y el resto decidieron deshacerse de los cuerpos.

Pero mientras hacían esto, los esclavos acabados de liberar se lanzaron a los almacenes para atiborrarse de comida. Muchos hablaban idiomas diferentes, por lo que no hacían caso a Aka y a sus hombres. Entonces empezaron a nacer peleas por la comida entre varios grupos. Todos empezaron a fraccionarse, agrupándose por los idiomas. Sólo en cuatro días se agotaron las provisiones, lo que dejaba a los amotinados en una situación precaria.

Aka, cansado y sin saber qué hacer, dejó que cada grupo hiciera lo que quisiera. Él sólo quería volver a casa, pero no había ningún navegante en el barco, por lo que iban ciegos y a la deriva. Intentaban ubicarse con las estrellas, pero no sabían utilizar un astrolabio. De hecho, la gran mayoría de los que estaban allí nunca habían visto el mar antes.

Para el 10 de junio, de los ciento cuarenta y dos esclavos que embarcaron el A Menina, sólo quedaban cincuenta y cuatro. Casi todos los esclavos habían muerto de hambre, inanición, escorbuto, malaria o disentería; y ninguno de los marineros había sobrevivido a la matanza. Ya no había provisiones y las diferentes lenguas hacían casi imposible un consenso, sin mencionar que estaban perdidos en altamar. Todo esto llevó al terrible último capítulo del viaje del A Menina. Aka y Bakary, llevados por el hambre y la desesperación, lograron convencer a los hombres más rudos de empezar a deshacerse de los más débiles. Así que, entre empujones y golpes, lograron encerrar a casi veinte personas en la cubierta, volviéndolas de nuevo prisioneras. A otras diez las asesinaron, y, desesperados, las devoraron. Este canibalismo les permitió subsistir un mes más. Cada vez que tenían hambre o sed simplemente iban a la cubierta y mataban. Empezaron con los foráneos (los que provenían del sur o del oriente de África), pero después continuaron con sus propios compatriotas. El casco del barco empezó a pintarse de sangre, y los festines semejaban una imagen horrible y subhumana, donde las personas eran impulsadas a los peores actos. Pero el barco seguía a la deriva, y la carne se podría rápidamente bajo la luz del sol y la suciedad del casco. Además, la cantidad de sangre que caía al mar atraía a los tiburones, que perseguían el barco con paciencia. Ya no había esperanza.

El A Menina fue encontrado tres siglos después en una expedición privada. La cantidad de huesos bajo cubierta y los escritos simbólicos de Bakary Okeke dieron luz a la historia. Bakary dejó de escribir aproximadamente el 14 de julio de 1767 (aunque los escritos no tienen fecha, por lo que se cruzaron con las bitácoras del capitán Almeida Cruz). Bakary escribió que Aka, su líder, fue uno de los últimos en morir, y que, llevado por la deshidratación y el hambre, se lanzó a los tiburones que seguían de cerca el barco. Bakary también indicó que sólo cuatro hombres, incluido él, quedaban con vida antes de dejar de escribir. Era como si la muerte se hubiera ensañado con el barco. Y, como si fuera la cereza del pastel de la tragedia, la expedición encontró el barco hundido a tan sólo 250 millas náuticas de Cabo Verde. Por lo que la tripulación estaba a tan sólo 10 o 12 días de llegar a la costa. «Tan cerca y tan lejos».




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